Hace varios años, un número de padres le dijeron al distinguido neurólogo Andrew (Andy) Zimmerman que sus hijos autistas mejoraban cuando tenían fiebre. Estos informes sobre una posible mejoría eran lo suficientemente comúnes como para que Andy iniciara un estudio que finalmente se publicó en la revista Pediatrics. El estudio incluyo un grupo de 30 niños autistas cuyos padres completaron cuestionarios de comportamiento durante y después de episodios de fiebre definidos como 100.4 grados o más. Más del 80% de los participantes informaron que la fiebre se asociaba con menos hiperactividad, menor irritabilidad y una mejoria en la comunicación. Dominick Purpura sugirió, en base a este informe que los beneficios de la fiebre eran debido a su accion sobre una estructura anatómica del tallo del cerebro: el locus coeruleus. Los estudios en animales han demostrado que la inactivación del locus coeruleus reduce la respuesta febril en animales. Desgraciadamente el examen microscópico del locus coeruleus en el trastorno del espectro autista no ha revelado anomalías significativas. Por otra parte, el estudio original y otros que le siguieron han sido fuertemente criticados por razones metodológicas.
La respuesta febril suele ser un mecanismo de defensa destinada a proporcionar un ambiente cálido e inhóspito para agentes invasores como viruses y bacterias. La fiebre limita la replicación de estos agentes invasores manteniendo el número total de estos agentes bajo un umbral. La fiebre es el resultado de una cascada de eventos que involucran múltiples vías bioquímicas tanto del sistema inmunológico como del sistema nervioso central. En muchos trastornos neurológicos, la fiebre está relacionada con el deterioro en la función del sistema nervioso. De hecho, es bien sabido que la fiebre, especialmente en los primeros días después de un accidente cerebrovascular, confiere al mismo un pronóstico grave. La fiebre inicial sugiere la presencia de una lesión extensa y la posibilidad de una mortalidad extremadamente alta. Aunque controversial, algunas Juntas Medicas recomiendan el tratamiento de la temperatura corporal como parte del tratamiento de un derrame cerebral.
Hasta ahora la evidencia parece indicar que la fiebre, en todo caso, es un factor de riesgo para el autismo. La gripe y la fiebre materna durante el embarazo resultan ser factores de riesgo para el posterior desarrollo del autismo (Ousseny Zerbo et al.). En algunos casos, el autismo parece desarrollarse más a menudo de lo que debería después de convulsiones febriles. También en ciertas condiciones hereditarias (por ejemplo, los trastornos mitocondriales) la fiebre puede marcar una regresión hacia un fenotipo autista.
Los efectos nocivos de la fiebre en el sistema nervioso han sido conocidos durante mucho tiempo. Su historia, efectos y mecanismos han avanzado nuestra comprensión de condiciones inflamatorias e inmunes del sistema nervioso central. En el 1890 Wilhelm Uhthoff describió el empeoramiento de la visión con el ejercicio en un paciente que tenía una inflamación de su nervio óptico. Más tarde se noto que pacientes con una enfermedad autoinmune (esclerosis múltiple) empeoraban cuando se elevaba su temperatura corporal. En efecto, las infecciones, los baños calientes, los meses cálidos del verano y el estrés, pueden llevar a la reaparición de los síntomas en pacientes con esta condición. En la esclerosis múltiple como en otras condiciones esto se conoce como «intolerancia al calor». Mejoras en estas condiciones se pueden lograr reduciendo la temperatura corporal, por ejemplo, hidroterapia, y bolsas de hielo. Se cree que el mecanismo subyacente al fenómeno de Uhtohoff es el enlentecimiento de la conducción nerviosa que se observa cuando se eleva la temperatura del cuerpo.
Después de que el informe inicial sobre la fiebre en el autismo apareció en la revista Pediatrics emprendí un estudio personal pidiendo a los padres de personas autistas que me reportaran sobre los posibles efectos de la fiebre en el comportamiento de sus hijos. No casado a ninguna idea, debo decir que la gran mayoría de ellos sólo reportaron los resultados esperados de una fiebre muy alta, es decir, la disminución de la irritabilidad y la hiperactividad que se evidencian en un paciente postrado en la cama. De lo contrario, las proclamas entusiastas de algunos investigadores como Dominick Purpura, que «un velo se había levantado», no se informaron. Los efectos de la fiebre en los individuos autistas es un fenómeno interesante que necesita ser estudiado más a fondo con un número suficiente de pacientes y controles, e implementando medidas de resultado apropiadas que tengan que ver con los síntomas principales de la enfermedad.
Referencias
Ousseny Zerbo, Ana-Maria Iosif, Cheryl Walker, Sally Ozonoff, Robin L. Hansen, Irva Hertz-Picciotto. Is Maternal Influenza or Fever During Pregnancy Associated with Autism or Developmental Delays? Results from the CHARGE (CHildhood Autism Risks from Genetics and Environment) Study. 10.1007/s10803-012-1540-x