Uno de mis amigos más cercanos tiene una hija con síndrome de Down. Ella era mi querendona; siempre mostrándome sus últimos pasos de baile con una sonrisa que podría iluminar una habitación. Para mi preocupación, en sus años de juventud, ella se escapaba de su casa corriendo hacia la calle sin tomar precauciones adecuadas. Aunque su madre estaba consciente del problema y se ocupaba de cerrar la casa con llave, su hija siempre encontraría una salida. Después de una de esas escapadas, todavía recuerdo una llamada desesperada de mi amiga mientras intentaba organizar una partida de búsqueda. Vivían cerca de un río y una carretera muy transitada. Todo tipo de escenarios trágicos cruzaban por su mente y la mía. Afortunadamente, mi querendona creció evitando lo que podría haber sido un terrible accidente. Las personas con discapacidades del desarrollo, ya sea con síndrome de Down o autismo, son propensas a sufrir accidentes y las lesiones que las acompañan. Especialmente cuando son pequeños, algunos de estos niños pueden ser guiados por impulsos y falta de atención. Las discapacidades cognitivas y físicas también pueden comprometer su capacidad para manejar situaciones potencialmente peligrosas. Además, la presencia de comorbilidades como convulsiones, puede propiciar algunos de estos accidentes. Por lo tanto, no es de extrañar que el riesgo de lesiones no intencionales en niños con discapacidades del desarrollo sea el doble que el de la población general. Las probabilidades de lesiones aumentan para los niños con discapacidades múltiples. Cuando la discapacidad es grave, la mayoría de las lesiones ocurren en el hogar; sin embargo, las tarifas son aún más altas en cualquier otro lugar al que puedan asistir o participar. Aunque conscientes de este problema, el gobierno ha encontrado desafíos para poder crear instalaciones públicas seguras y accesibles que pudieran disminuir el riesgo de lesiones en esta población vulnerable. Cuando se considera que uno de cada 10 niños en todo el mundo tiene una o más discapacidades graves, la posibilidad de lesiones es un hecho cotidiano lamentable. No parece ser una coincidencia que la Oficina de Educación Especial (OES) comenzara a recopilar datos sobre lesiones cerebrales traumáticas (LCT) el mismo año en que comenzó a recopilar información sobre el TEA. Esta agencia se dedica a mejorar los resultados educativos para bebés, niños pequeños, y jóvenes con discapacidades desde el nacimiento hasta los 21 años.
Estudios longitudinales de la OES indican que tanto la LCT como el TEA han compartido un aumento similar en la prevalencia. Esto es muy preocupante ya que la LCT puede provocar un deterioro neurológico sustancial y déficits en la inteligencia, memoria, atención, aprendizaje y juicio social. La LCT es la principal causa de muerte y discapacidad en niños menores de 1 año. Representa 640,000 visitas a la sala de emergencias y 18,000 ingresos hospitalarios al año. La etiología de la LCT depende de la edad; de 0 a 4 años se debe principalmente a caídas, mientras que de 15 a 24 años suele atribuirse a caídas, agresiones y accidentes automovilísticos. Cuando el trauma conduce a un estado mental alterado, tenemos un tipo de LCT llamado conmoción cerebral. En los EE.UU, las conmociones cerebrales tienen una prevalencia de 692 por cada 100,000 niños menores de 15 años y una incidencia estimada de 1,1 a 1,9 millones por año en pacientes menores de 18 años. Las conmociones cerebrales son muy comunes en los deportes de escuela secundaria con niveles más altos en fútbol americano seguido de fútbol y luego lacrosse.
Como médicos y padres, generalmente empleamos el pensamiento negativo y tendemos a preocuparnos por posibles peores resultados después de que un niño sufre una lesión en la cabeza. Sabemos por películas sobre las posibilidades de lesiones que ocupan espacio, como hemorragias y edema cerebral. Menos conocida es la posibilidad de una lesión axonal difusa (LAD). En el último caso, las largas fibras de conexión (axones) que entrecruzan la sustancia blanca experimentan una aceleración de rotación durante un trauma. Los pacientes pediátricos tienen un mayor riesgo de LAD debido a la mielinización incompleta de sus cerebros.
En el consultorio de un médico, se evaluará a un paciente con LCT y se le dará seguimiento con una variedad de herramientas de detección. Algunas de estas herramientas de detección, por ejemplo, El formulario de evaluación de conmoción cerebral aguda, proporciona evaluaciones, recomendaciones y consejos de atención domiciliaria. La misma se puede obtener de forma gratuita en la Internet: https://www.cdc.gov/headsup/pdfs/providers/ace-a.pdf, y https://bjsm.bmj.com/content/bjsports/early/2017/04/26/bjsports-2017-097506SCAT5.full.pdf
El manejo y el seguimiento de la LCT ha cambiado mucho durante los últimos años. Una recomendación obsoleta es el reposo completo hasta que se resuelvan los síntomas. Tomar este paso correctivo en realidad conduce a una resolución más lenta. Las nuevas pautas de las agencias médicas promueven la introducción actividad temprana, según se tolere, con una progresión gradual tanto de la actividad física como del aprendizaje. En la actualidad no existen medicamentos que faciliten la resolución, pero hay algunos que pueden promover el alivio sintomático.